viernes, 30 de diciembre de 2011

Lo que queda después de un octavo intento

Jamás pensé que viviría esto. Jamás pensé que mi camino por la infertilidad llegara hasta un octavo intento. Jamás imaginé lo doloroso y demoledor que es transitarlo. Es como todo, el que no lo vive no lo entiende. Y eso te deja bastante solo, más solo todavía cuando todos a tu alrededor comienzan a construir y hasta a consolidar sus grupos familiares.

A medida que pasa el tiempo, todo se complejiza. Al impedimento biológico inicial se van sumando otros, y la posibilidad de tener un hijo empieza a convertirse en un milagro y deja de parecer una posibilidad. Si tu fe es sólida, sos muy afortunado. Si no, agarrate porque vas a sentir que la tierra se abre debajo tuyo.

Hace algunas semanas que empecé a pensar en la donación de gametas como una alternativa. Hoy, último día de este año nefasto, me junto con la médica para saber su opinión al respecto y cerrar formalmente este último intento fallido.

Se terminó otro año de búsqueda infructuosa, otro año de ilusiones, desilusiones y golpes, y siento que a medida que pasa el tiempo no sólo pierdo más chances biológicas, sino también la esperanza, la alegría y el poco optimismo que me queda. Fin de un año más.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Elige tu propia aventura (no apto para optimistas)

Como una versión cínica de ese libro de mi niñez "Elige tu propia aventura", confirmo una vez más que el camino de la infertilidad puede abrirse en infinitos finales antes de poder alcanzar el buscado. Esta vuelta (la octava) el camino empezó con un test casero negativo y un domingo dedicado al luto del fracaso. Siguió con un test de sangre que, sorprendentemente, dio positivo pero con una beta demasiado baja como para alimentar fuertes esperanzas. Continuó con dolores abdominales, pérdidas y test de sangre repetido dos días más tarde, con la beta creciendo pero no lo esperado. Incertidumbre, expectativa, ilusiones que van y vienen, miedo. Y la navidad golpeando la puerta. Esta mañana toca la tercera beta. Esta mañana nuevamente pérdidas, más intensas. Sé que este camino no conduce al final buscado. Sólo espero que la definición llegue hoy y la agonía se termine.  

sábado, 3 de diciembre de 2011

Golpeando puertas

Una de las pocas cosas sabias que me dijo mi viejo en mi edad adulta fue que la desesperación y la falta de opciones van de la mano. Así que tomando esa idea y en el afán de conservar algo de control sobre mi vida, mi destino y mis emociones, decidí empezar a golpear puertas. La cosa funciona más o menos así: yo elijo qué puertas golpeo y le dejo al azar decidir cuál quiere abrirme. Dado que tengo probado que mi futuro no está enteramente en mis manos sino que hay algo o alguien que interviene en mis decisiones y altera mis deseos, resolví hacer algo así como un acuerdo de cooperación.

Por el momento, golpeé una vez más la puerta de la ciencia y estoy en medio de un nuevo tratamiento de fertilidad asistida (el 8vo, contando ICSIs completos e interrumpidos, y transferencias de criopreservados). Mi cuerpo empieza a dar cuenta del paso del tiempo y ya no responde como antes. Llego a cada hito con lo justo para pasar al siguiente. Con una mezcla de resignación y aplomo, sigo para adelante mientras ese algo o alguien me mantenga en carrera.

Golpeé también la puerta del Estado y sus instituciones, y completé los trámites para inscribirme con mi marido en el registro nacional de adoptantes. Se supone que en 2 meses aproximadamente deberían notificarnos la resolución que nos admita (si hay viento a favor) y nos incluya en el listado de postulantes a adopción que consultan los jueces al momento de buscar una familia para un niño o niña en situación de adoptabilidad. Si la resolución es positiva, a sentarse a esperar... un par de años, 5 años, 10 años o toda la vida. Así funciona.

Ya que estaba, también golpeé la puerta de la academia y la empresa para la que trabajo y me postulé a un programa de MBA. De esta puerta ya obtuve una respuesta positiva y es posible que comience la maestría el año próximo. Necesito objetivos, metas y proyectos que pueda alcanzar y me nutran, aunque más no sea intelectualmente. Eso se me ha dado bien hasta hoy. A veces me pregunto si ese algo o alguien quiere que concentre mis energías por ahí y soy yo la que no escucha y pelea contra ese destino.

En fin... veremos qué resulta. Voy a seguir pensando en otras puertas. Necesito opciones para redescubrir el sentido de mi vida y lidiar contra la desesperación que a veces me agarra por la garganta y no me deja respirar.

jueves, 1 de septiembre de 2011

El día de San Ramón

Ayer, 31 de agosto, día de San Ramón, patrono de las mujeres embarazadas y las que anhelan tener un hijo, se concentraron en mi vida tres hitos alegóricos: (i) antes de ir a trabajar, recibí mi segunda aplicación de la vacuna con linfocitos paternos... dolorosa, pero menos que la primera; (ii) mi médica resolvió interrumpir el quinto ciclo de estimulación, debido a la pobrísima respuesta que mi cuerpo había dado a la medicación, y (iii) mi marido y yo tuvimos una cita con una inmunóloga especializada en temas de fertilidad que nos hizo recorrer la historia de estos tres años de infertilidad y nos dejó muchas dudas y una honda angustia. Todo ésto entre corridas hacia y desde mi trabajo, en la otra punta de la ciudad, y mirando la BlackBerry a cada rato por si tenía que responder algo urgente.

El día de San Ramón para mí terminó (o terminó conmigo, también es válido) hecha un bollo en la cama, sin poder parar de llorar, y con una convicción que pocas veces tuve sobre dos cosas: (i) que lo que más quiero en el mundo es tener un hijo, y (ii) que no voy a lograrlo.

Soy muy persistente sin embargo, y todavía no puedo aceptar la idea de tirar los guantes. Antes quiero responder a las dudas, agotar todas las preguntas y volver a intentar con todo éso resuelto. Me lo debo a mí misma por la fuerza con que deseo ser madre y por todo lo que llevo hecho. Esa persistencia es como una fuerza inercial que me hace seguir adelante, como una autómata cada vez con menos esperanzas y más vacía, pero sin poder detenerme todavía.

Ayer, el día de las mujeres embarazadas y las que desean estarlo, toqué fondo y nadie, ni San Ramón ni San Ochocuartos vino en mi ayuda. No me queda nadie en quien creer o a quien rezar.  Y sin embargo, también lo voy a seguir haciendo. Quizás por hábito, tal vez porque me niego a aceptar que no existe Dios.

sábado, 13 de agosto de 2011

si no podés tener hijos, porqué no adoptás?

Cuántas veces habremos escuchado esta misma pregunta! Venga con buena o con mala intención, siempre es un golpe bajo. Más bajo todavía cuando, como suele pasar, viene de alguien que nos está mirando con un ojo y tiene el otro atento a los movimientos de su o sus hijos de sangre.

Aunque sea políticamente incorrecto decirlo, para los que estamos poniendo el cuerpo, las energías, las emociones, nuestros ahorros y toda el alma en la búsqueda del hijo que no llega, la adopción no es un sustituto, no da igual, no es lo mismo. Puede que al final del camino (como se escucha decir a menudo) el amor filial sea igual, e incluso en algunos casos hasta más pleno en el vínculo adoptivo. Pero mientras estás recorriendo el camino de la infertilidad y peleando una a una las batallas que te presenta constantemente, tener un hijo y adoptar un "niño, niña o adolescente" (en la ridícula jerga del sistema), no son opciones fungibles.

Aclaro que esta es mi opinión y mi sentir esta tarde. Ya aprendí que en este camino no hay definitivos ni absolutos. Y, por supuesto, respeto sin chistar cualquier opinión diferente.

El martes pasado asistimos al primero de tres talleres obligatorios para inscribirse en el RUAGA (el registro de aspirantes a guarda con fines adoptivos de la Ciudad de Buenos Aires). El taller fue una precaria explicación del sistema adoptivo argentino y sus incontables fallas, conducido por claros exponentes de ese mismo sistema. Una psicóloga con actitud de maestra de primaria agotada y aburrida, a quien sus compañeras corregían continuamente los errores en que incurría una y otra vez; una asistente social que no pronunció palabra durante las dos horas que duró el taller, desperdiciando así su sueldo y nuestros impuestos; una segunda asistente social especializada en acotaciones innecesarias; y una tercera asistente social que, nobleza obliga, justificó que no me levantara de la silla y abandonara el intento.

De las dos horas que pasé en esa oficina junto a casi 40 personas más, los conceptos más repetidos fueron "niños, niñas y adolescentes" (no sea cosa que alguna feminista verbal se ofenda), "estamos acá para cuidar los intereses de los niños, niñas y adolescentes, no los de ustedes", "puede que reciban un niño...(etc.) en adopción a los meses, años o nunca, no les garantizamos nada", "sus intereses no son acá los que importan". Si bien comprendo esos conceptos a la perfección, no dejo de preguntarme si era necesario transmitirlos en forma tan descarnada a quienes pasamos o estamos pasando por una de las situaciones más dolorosas de la vida de un ser humano. Y más aun, a gente que a pesar de la consabida falencia del sistema, sigue intentando hacer las cosas por derecha y apuesta a ese sistema, dando el presente a un proceso ineficiente, burocrático y al final del día, inútil.

Un país donde las obras sociales cubren cirugías plásticas pero no tratamientos de fertilidad, y donde el sistema de adopción fomenta la trata de blancas y el tráfico de bebés. Esto es Argentina.

domingo, 24 de julio de 2011

¿tiene algún sentido estar viviendo la infertilidad? ¿por qué a mí?

No sé cuándo ni cómo se me fijó la idea de que todo lo que ocurre en nuestras vidas tiene un sentido, una razón que difícilmente entendamos mientras estamos atravesando una situación en concreto, pero que con el paso del tiempo no sólo se vuelve comprensible sino, además, hasta nos alegramos de haberla vivido (por más dolorosa que haya sido) porque su saldo es positivo desde algún punto de vista. Supongo que buena parte de ésto viene de mis días de colegio católico, otra parte, de la sobredosis de ideas románticas de mi adolescencia, y una buena porción de ese boca en boca popular que se usa de consuelo cuando nada más puede ser dicho.

Ahora, cuantas más vueltas le doy a esa idea en relación con la infertilidad (y le vengo dando millones de vueltas!!) más me cuesta encontrarle ese sentido positivo existencial. ¿Lo tendrá? No niego que desde que ésto empezó, me enfrenté con planteos y cuestionamientos en los que jamás había pensado y que me llevaron a conocerme más y mejor, y a conocer más y mejor a mi pareja y a la gente que me rodea. Aprendí mucho sobre mis limitaciones y las de la gente en general, y creo que flexibilicé mis juicios de valor sobre actitudes (propias y ajenas), haciéndome más tolerante. También me dí la chance de buscar experiencias placenteras que hicieran más llevadero el camino, y pasé y paso buenos momentos haciendo cosas que tal vez no hubiera experimentado de haber sido otra mi historia. Y en el camino he conocido gente de todo tipo y calidad. No niego que todo éso tenga un valor, sin dudas lo tiene. Pero el costo es desproporcionadamente tanto más alto!!

¿Será que si esta historia tiene un final feliz seré una madre mejor que la media? ¿Criaré a una persona más feliz y plena? ¿Mi pareja será tan sólida que la familia que construyamos sea la que siempre soñé? ¿Me espera una felicidad inconmensurable al final del camino? ¿El sufrimiento nos mejora, aumenta nuestra capacidad de disfrute y nos hace ser más felices? Sinceramente no creo que me espere un jardín de rosas si logro cruzar este abismo. A lo sumo, quizás cuente con más herramientas para vivir la siguiente etapa (si es que llega).

Y sin embargo, me viene una y otra vez a la mente el soneto aquel de Francisco Luis Bernárdez:
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.


domingo, 10 de julio de 2011

La cuarta beta negativa

Con lo peor del duelo por la pérdida del embarazo ya pasado, y un viaje de por medio que vino a distraer la atención y exigir que la energía se concentre en el recorrido, tomamos dos decisiones: 1) comenzar a pensar en la adopción como una alternativa, y 2) transferir los embriones que quedaron criopreservados en el tratamiento anterior.

Hicimos ambas cosas. La primera resultó inesperadamente mucho más dolorosa de lo que imaginaba: si vivís en Capital Federal, como es mi caso, tenés que inscribirte en el registro de aspirantes a guarda con fines adoptivos. Para ello, el camino comienza con una reunión informativa en la que te dan un listado de todos los documentos que tenés que presentar solamente para que se abra un legajo y comience un trámite cuyo único fin es determinar si estás o no en condiciones de ser adoptante. A partir de ahí, si resuelven que estás en condiciones y te incluyen en el bendito registro, resta sentarser a esperar los 5, 8, 10 ó más años que pueden pasar hasta que concretes tu sueño. Sabiendo ésto, empezás a juntar papeles y más papeles de distintas dependencias públicas que empiezan tratándote mal, como es su estilo, hasta que lográs que entiendan para qué necesitás el papel, y ahí la empleada de Gasalla cambia su mirada de furia por otra de lástima. Esa es la mirada que vas a recibir de ahí en adelante. Y es muy difícil evitar que el día termine con una al espejo mirándose de esa misma forma. En paralelo, empezás a hacerte preguntas que jamás te habías hecho antes: ¿estoy dispuesta a adoptar a un niño enfermo? ¿podría con un niño mayor de 2 años? ¿y con un niño cuyos hermanitos fueron adoptados por otra familia con la que debe mantener contacto? ¿puedo compartir la educación y crecimiento de mi hijo adoptivo con su familia de origen? Dios mío!!! Cuántas limitaciones y miedos descubro en mí!! El paso que sigue es un taller semanal durante tres semanas consecutivas. Si no podés ir al primero, como me pasó a mí, tenés que rezar para que el mes próximo haya cupo para comenzarlo. Si no, a volver a intentar el mes que sigue y así en más. Veremos qué nos depara agosto.

La transferencia de los criopreservados terminó en una beta negativa. La cuarta de esta historia y posiblemente no la última. Como las veces anteriores, todo venía bien: medicación, controles, tiempos, todo bajo control y en orden, salvo lo único que queda fuera de éso, embarazarme. En esta ocasión redujimos todavía más el círculo de gente al tanto. Tan así, que casi no se lo digo ni a mi propia analista, lo que me valió un tirón de orejas. Si hubiera sido posible, ni me lo hubiera contado a mí misma, pero no quedó otra. Supongo que haciendo ésto pensé que bajaba la expectativa y el dolor del fracaso, pero tampoco sirvió. Ayer al regresar de un almuerzo con amigas, después de dejar a un par de ellas y a la hija de una en la calesita de la plaza que está en Armenia y Costa Rica, repleta de niños y mamás con cochecitos, llegué a mi casa y no dejé de llorar sino hasta que los ojos me quedaron tan chiquitos de hinchados, que presionaban el lagrimal y no dejaban caer más lágrimas.

Supongo que no es posible evitar el dolor en este camino. Sólo quienes lo recorremos sabemos lo mucho que duele. Se vuelve un sentimiento siempre presente, el telón de fondo de nuestra vida.